“(…) mientras este planeta ha ido girando según la constante ley de la gravitación, se han desarrollado y se están desarrollando, a partir de un comienzo tan sencillo, infinidad de formas cada vez más bellas y maravillosas”. Así termina El Origen de las Especies de Charles Darwin. Pero desde el siglo XIX la desaparición de especies y de hábitats se ha acelerado tanto que ya se habla de una extinción masiva comparable a las ocurridas en el Pérmico, el Triásico o el Cretácico. La situación es tan crítica que las Naciones Unidas declararon 2010 como Año Internacional de la Diversidad Biológica, celebrándose el mes de Octubre pasado en Nagoya (Japón) la Conferencia sobre Biodiversidad de Naciones Unidas.
El año ha pasado sin pena ni gloria mediática y podemos hablar de un fracaso en los grandes objetivos marcados ya que las especies naturales están aún más amenazadas y los ecosistemas continúan degradándose. La propia Unión Europea lo reconoce sin tapujos. Y el resto calla y otorga. En realidad parece que tenemos cosas más serias en las que ocuparnos.
¿Por qué esta pérdida de biodiversidad? Las causas primeras son las de siempre: sobreexplotación, pérdida de hábitats, cambio climático y contaminación. Además, este año se añade la crisis económica sistémica. Dentro de un sistema de capitalismo financiero, la conservación de la biodiversidad es un factor externo a los intereses monetarios y por tanto no ocupa un lugar prioritario en las agendas políticas. Los ciudadanos perciben la protección del medio dentro de la falaz dialéctica “hombre frente a naturaleza” como si el ser humano y sus intereses no estuvieran unidos a la urdimbre de la Vida. Para complicar las cosas, hay un alejamiento de los conocimientos científicos y de la racionalidad sustituyéndolas por posturas emocionales o dirigidas ideológicamente. La irracionalidad arrasa con el planeta. Sufrimos la beatería ambiental, la hipocresía y la propaganda que usa de especies señuelo, en las que se gastan auténticas fortunas, para disimular las actuaciones que destruyen poblaciones sanas de organismos menos fotogénicos. El conocimiento real de la Naturaleza se sustituye por documentales, galardonadas películas o visitas a los parques temáticos, acuarios, zoológicos y jardines botánicos. Los naturalistas o se criminalizan o se convierten en turistas de naturaleza a los que explotar. Así no es difícil imaginar que algunas de las actuaciones de nuestros gobernantes dejen mucho que desear en materia de protección de la diversidad biológica.
Un ejemplo de esta irresponsabilidad en la gestión de la biodiversidad es el declive de las poblaciones de gorriones comunes (Passer domesticus) en las grandes ciudades del mundo desarrollado. De hecho esta especie tan común, que nos acompaña desde el Neolítico, casi ha desaparecido de grandes ciudades como París, Londres y Praga. En España la situación de la especie es preocupante en Madrid y Barcelona, donde su número ha descendido bruscamente en la última década. Paradójicamente el gobierno foral de Navarra (Orden Foral 351/2010) ha decidido permitir la captura y eliminación de los gorriones a los que consideran una plaga. Estos sinsentidos alejan la solución y empeoran el problema.
A pesar de ello y en palabras de Edward O. Wilson, padre del término Biodiversidad: “Con el fin de salir del atolladero, se necesita con urgencia una ética global de la Tierra. No una ética cualquiera, que puede gozar quizá de un sentimiento complaciente, sino una ética basada en la mejor comprensión de nosotros mismos y del mundo que nos rodea que la ciencia y la tecnología puedan proporcionar. Es indudable que el resto de la vida es importante. No hay duda de que nuestra gerencia responsable es su única esperanza”.
Rafael Blanco Moreno. Profesor de Biología y Geología.
Profesorado de Córdoba por la Cultura Científica