Acostumbrados como estamos a los discursos planos de ponentes que saben mucho, muchísimo, pero que no transmiten emoción; el pasado día 22 de febrero comprobamos que las cosas pueden ser de otra manera.
Allí estabas, detrás de la mesa, sin papeles, sin ordenador, sin más tecnología que el torrente de tus ideas y de tu voz; sin más recursos que la palabra amiga, convencida y sin doblez.
Fue durante tu conferencia o, mejor dicho, durante el encuentro con tus nuevos amigos y discípulos de Córdoba, mientras combinabas, con sabiduría magistral, el tiempo, el volumen de tu voz y ¡el espacio! Esos momentos tranquilos, hilvanando ideas, haciendo propuestas… Seguidos de otros momentos de fuerza, de tensión, cercanos al enfado y la rabia, para rebatir, criticar y denunciar el “status quo” de la incultura actual. Un sano, y a veces raro, ejercicio de sinceridad, al sacar fuera de ti las esencias de tu mente inquieta y rebelde (diría de tu alma, si ambos creyésemos en su existencia etérea, fuera de los límites de nuestras neuronas). Y de vez en cuando, momentos divertidos, esparciendo risas por la sala con anécdotas familiares, profesionales e incluso “Reales”.
Gracias por la forma de exponer tus ideas, por las vivencias y emociones que despertaste en nosotros. Gracias también por tu contribución a desmontar patrañas, por el revolcón a curanderos, astrólogos e “íkeres jiménez” que pueblan nuestra fauna y por reafirmar que nuestro trabajo, como defensores y defensoras de la Cultura (que no es de letras ni de ciencias) consiste en arrancar a las personas de los brazos de la ignorancia, en “desbobar” a los “bobos”, utilizando tus palabras que, en ningún caso sonaron a insulto, sino a revulsivo o purgante para las conciencias adormecidas, para la sociedad y, sobre todo, para los políticos de turno.
Pero el momento cumbre, que nos puso la piel de gallina, fue cuando recorriste la anchura del salón con el fin de explicarnos el «boom» demográfico. Paso a paso ibas señalando el suelo y la pared, recreando las variables de una investigación científica. Podrías haber utilizado una diapositiva. Pero ninguna imagen hubiera sido más efectiva que la un hombre menudo, canoso, con voz afable, alzando sus manos cerca de la puerta del salón de actos del CEP, para explicar que la Humanidad ha pasado, en poco más de un siglo (unos pocos centímetros de suelo), de 1500 a 6500 millones de habitantes, gracias al progreso científico. Y, a renglón seguido, pasar de esta alabanza, a la realidad más dramática: a pesar de este progreso, el 20 % de los seres humanos disfrutan del 80 % de los recursos.
Gracias, en definitiva, por hacernos comprender que, a pesar de que el cambio climático ocupa las portadas de los medios de comunicación de todo el mundo, como un problema medio-ambiental gravísimo y con consecuencias terribles para los países ricos (y también para los menos desarrollados), el mayor reto al que se enfrenta la Humanidad es la inmensa pobreza del tercer y cuarto mundos, la desigualdad e injusticia en la distribución de la riqueza y, sobre todo, la insolidaridad de los que disfrutamos de las más altas cotas de bienestar.
Casimiro Jesús Barbado López
Coordinador del Colectivo Profesorado de Córdoba por la Cultura Científica